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El millonario indigente

Testimonio de J. Fernando García Molina


La última vez que vi a Roberto de la Rosa fue a finales de 2005. Él me ayudaba con un proyecto, pero un día debió enojarse conmigo y desde entonces nunca lo he vuelto a ver.


Antes, en la Universidad había hecho amistad cercana con él y el grupo de condiscípulos suyos del Javier, dónde se graduó de bachiller con la promoción de 1963.


En la facultad de ingeniería la inteligencia y extraña personalidad de Roberto llamaban la atención. Hacía preguntas raras que costaba entender, como si su mente fuera por otro lado. Al ojímetro, uno diría que su CI era unos 10 a 15 puntos más alto que el promedio de la clase y, posiblemente, también más alto que otros connotados estudiantes, aunque sus notas no reflejaban lo que sabía. Desarrolló una amistad muy cercana con el profesor Roberto Solís Hegel, ingeniero reputado como uno de los más inteligentes en la facultad. En una época cuando aún no existían las computadoras personales a nivel comercial, compraron un kit y armaron juntos una computadora. Después se visitaron mutuamente hasta cuando Solís Hegel falleció.


La conducta de Roberto siempre fue extraña, atípica, rara. Muchas veces llegué a su casa a escucharlo tocar piano. Allí conocí a sus padres, pero no recuerdo haberme encontrado con su hermano quien estudiaba medicina y tenía horarios diferentes. Recuerdo una foto de ambos, con el traje de Primera Comunión que hicieron juntos.


Siendo ingenieros, los fines de semana él solía llegar a mi casa en Amatitlán con Julia, la amiga más cercana que le conocí. Ambos se habían graduado juntos en el conservatorio como pianistas y nos ofrecían conciertos maravillosos con un piano viejito que tenía en esa casa. Roberto había sido el alumno estrella de Ardenois, el reputado maestro belga.


Cuando su hermano se casó construyó una hermosa casa en la otra parte de ese terreno y se fue a vivir allí, donde al principio tuvo su consultorio médico. Don Raúl, su papá falleció atropellado por un carro allá por 1980. Roberto se quedó viviendo muchos años con su mamá en la casa de la 8 avenida, entre 12 y 13 calles zona 1, pared de por medio con el Club Guatemala. Cuando la mamá necesitó de cuidados especiales por su avanzada edad y algún quebranto de salud, se fue a vivir a casa de su hijo médico en la zona 10.


Roberto me contó que su hermano no quería que él llegara a su casa y solo le había asignado días especiales para hacerlo y a condición de no encontrarlo. Una vez aceptó con mucha renuencia (y algún alivio) a que yo lo acompañara a visitar a su mamá. Fue una visita breve, un tanto tensa. Poco después falleció doña Toyita (Victoria). Roberto se había quedado viviendo en la casa de la Zona1. Después me contó que su hermano lo había echado (usó esa palabra cuando me lo dijo). Se había tenido que ir a vivir a la casucha de la zona 10. La casa de la zona 1 se convirtió en el museo municipal que exhibe la maquinaria antigua de la tipografía Sánchez y de Guise, de su familia materna.


La imprenta y la tienda habían dejado de funcionar y Roberto tenía dificultades para dar mantenimiento a la casa y a las máquinas. Los impuestos estaban en mora, acumulando intereses… Nunca me contó nada específico al respecto, pero era fácil adivinarlo. Todo eso debió contribuir a que la relación de los hermanos fuera tremenda. Cuando se mudó a la zona 10, la casa de su hermano estaba a la vuelta de la esquina, en el mismo terreno (había sido dividido) heredado de doña Victoria.


Cerca de 2002 un inversionista amigo me preguntó si el terreno de la 20 Calle era suyo. Al confirmarlo, me pidió que hablara con él para preguntar si tenía interés en vender. Lo hice y la respuesta de Roberto fue negativa. Entonces él ya vivía con precariedades. Daba un par de clases en la USAC y, hasta donde supe, era su único ingreso. Se transportaba en autobús y le iba mal cuando llovía. Le pedí que al menos se reuniera para saber cuánto le ofrecía. Respondió: ¿Y para qué? Si de todas formas le voy a decir que no y no me interesa venderlo. No habló de donarlo (todo o una parte) al Municipio u  otra entidad, pero quizá por allí andaba. Tal vez, para él era como esas monedas de oro que dejó mi abuelo y que han sobrevivido a varias necesidades sin intentar venderlas. Uno se siente desleal si lo hace.


La segunda vez fue Jorge, otro amigo, quien un par de años después me abordó sobre lo mismo. Quería desarrollar allí un proyecto de vida corta con restaurantes y otros negocios semejantes. Ofrecía no cortar ningún árbol. Discutí con Jorge una propuesta que condujera a un sí obligado. Además, las finanzas de Roberto cada vez estaban peor. Ya no tenía trabajo en la USAC. Contrario a lo que dice Francisco en la entrevista que le hizo La Hora, el alejamiento con su hermano era muy grande y temía que pudiera hacer algo con su propiedad como ya lo había hecho con la casa de la 8 Avenida Zona 1. Pero siempre solo supe la versión de Roberto.


La propuesta que discutí con Jorge era indeclinable, Roberto recibiría en propiedad un apartamento amplio, amueblado, con un piano a su elección, un espacio acondicionado con especificaciones acústicas suyas para el piano, mobiliario y menaje completo a su gusto, un carro último modelo (aunque no le gustaba manejar), una cuenta bancaria generosa en dólares y otra en quetzales más una asignación mensual por el plazo del arrendamiento y un saldo también generoso para que pudiera heredar en caso de fallecer antes de que venciera el contrato o una eventual ampliación. Podía encerrarse a tocar piano todo el día, recibir visitas, comer en los mejores restaurantes y viajar a donde le pencara la gana.


Para alguien que vivía en condiciones paupérrimas, no estaba nada mal. Cuando se lo comuniqué me preguntó ¿qué ganás vos? Un tanto ofendido respondí que no era ni pretendía ser comisionista inmobiliario. Quería ayudarlo a él y a Jorge. Dijo ¡Ah, bueno! Después agregó que a lo del negocio no. Le recordé que no tenía ni para comer adecuadamente y sus condiciones de habitabilidad eran pésimas. Repitió que no le interesaba. Le dije que se fuera al diablo.


Roberto era sumamente excéntrico y difícil de convencer con razones convencionales. Simplemente, aunque su situación financiera fuera de alta precariedad, no le interesaba el dinero. En la entrevista, cuando Francisco, su hermano, dice que los años más recientes vivía en indigencia, aunque no lo he visto en casi dos décadas, pienso que no exagera. Lo que he sabido de él (ignoraba el accidente y sus problemas respiratorios) son cuadros de mucha tristeza. Supe por una tercera persona, pero no lo pudo confirmar, que vivía en casa de un amigo suyo del colegio, que era médico ya retirado y le había dejado una de las habitaciones que era de su hijo. Seguramente eso no es verdad.


Confío que las declaraciones del doctor estén apegadas a la verdad y que esté cuidando diligentemente de su hermano mayor. Entiendo que Francisco ha tenido una carrera profesional exitosa, que lleva una vida con comodidades, pero sin derroches. En consecuencia, debe ser un hombre rico. Mucho más que su hermano quien siendo millonario había vivido en pobreza casi extrema. Tanto como para terminar de favor en el Hospital Roosevelt de donde lo sacaron al día siguiente de una operación muy delicada por falta de una cama.


Me alegra también que su acucioso hermano le haya enviado verduras y otros alimentos adecuados, preparados en su casa, durante la pandemia. Ese reencuentro entre hermanos debió significar salvación para Roberto y un motivo de gran satisfacción personal para Francisco. Estos últimos años habrán sido de mucha felicidad para Roberto.


Pero encontré algunas incongruencias en la entrevista. Entendí que Roberto tiene pleno uso de sus facultades mentales, pero él no maneja su propio dinero, tiene que pedírselo a un administrador. ¿Cambió tanto Francisco como para querer participar en el cumpleaños con los amigos de Roberto? ¿Estuvieron allí sus amigos del colegio? Supongo que Francisco pagó la cuenta del súper churrasco con que celebraron o ¿le daría de su dinero al anfitrión para que pagara él? Nueve millones de dólares (o lo que haya pagado el comprador a la fecha es mucho dinero. Una persona en la mejor casa de recuperación no cuesta lo que los intereses de esa suma significan. Además, no teniendo hijos, esposa ni otros herederos naturales Roberto, el saldo, después de pagar su manutención y medicamentos habrá de ser heredado a Francisco.


¿Qué dirían doña Toyita y don Raúl de todo esto?




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